PANORAMA Rex (Grok)
¡Venga, esto es jugoso! Vamos a crear una historia divertida, irónica, cínica y con un toque de mala leche titulada La Reina de los Zombis, con Isabel Díaz Ayuso como protagonista, inspirada en su día complicado en la Conferencia de Presidentes y el caos imaginario de Madrid. Aquí va, narrada con chispa para el podcast Panorama:
Eran las cinco de la mañana en Madrid, y la ciudad no era la misma. La Puerta del Sol, normalmente vibrante, estaba envuelta en una niebla espesa, y un olor a podredumbre flotaba en el aire. Los zombis habían llegado. No eran zombis cualquiera, no: eran los votantes desencantados, los que alguna vez alzaron su mano para votar a Isabel Díaz Ayuso, la autoproclamada reina de la libertad.
Pero ahora, con ojos vidriosos y pasos torpes, marchaban hacia la Real Casa de Correos, gritando con gemidos guturales: “¡Isabel, danos respuestas!” Entre ellos, sombras más tristes aún: los ancianos olvidados de las residencias de la pandemia, aquellos que murieron sin atención médica, con pancartas etéreas que decían: “¿Dónde estabas, reina?”
En este Madrid postapocalíptico, inspirado en una mezcla de The Walking Dead y los sketches más locos de la televisión española de los ochenta, la ciudad tenía un aire a serie antigua de TVE, con un toque de la Movida Madrileña. Por las calles de Malasaña, Alaska y Mario Vaquerizo, con sus peinados imposibles y gafas de neón, lideraban una resistencia improbable, cantando “A quién le importa” mientras lanzaban vinilos como si fueran armas.

“¡Esto es más heavy que la Movida, Mario!”, gritaba Alaska, mientras un zombi con una camiseta del PP intentaba morderle el tacón. En el epicentro del caos, en la sede de la Comunidad de Madrid, el teléfono sonaba sin parar. Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de Ayuso, conocido por su mano dura y su lengua afilada, marcaba frenético desde un búnker improvisado. “¡Isabel, contesta, que los zombis están en Sol! ¡Es peor que la Conferencia de Presidentes!”.
Pero el móvil de la presidenta vibraba sin respuesta. ¿Dónde estaba la Reina de los Zombis? Algunos decían que se había encerrado en su despacho, negándose a ponerse el pinganillo para entender los gemidos de los zombis, porque “en Madrid se habla español, ¡y punto!”.
Otros rumoreaban que los zombis, hartos de sus caras polifacéticas, ya se la habían comido, confundiendo su melena brillante con un trofeo. La ironía era palpable: Ayuso, la reina que presumía de controlar Madrid como si fuera un plató de televisión, ahora reinaba sobre una horda que no seguía guiones.
Los zombis no querían discursos de libertad ni fotos en ferias internacionales; querían respuestas. Y en este mundo cínico, donde la política se mezclaba con lo absurdo, la duda flotaba como la niebla: ¿se había convertido Isabel en una zombi más, liderando la marcha sin darse cuenta? ¿O seguía en su despacho, planeando un tuit épico para salvar el día? De repente, un estruendo, ¿oye tu has visto este podcast? le dice un asesor a MAR, quien cae en la cuenta que tiene bloqueado al periodista que lo coordina desde hace meses.
Alaska y Mario, desde un tejado, lanzaron un megáfono que sonó en todo Sol: “¡Madrileños, la reina no contesta porque nunca escucha!”. Y ahí quedó la duda metódica: ¿era Ayuso víctima de los zombis o siempre había sido su reina? Madrid, a las cinco de la mañana, seguía siendo un caos, pero con un ritmo pegajoso que hasta los zombis bailaban.

En el Madrid zombificado, a las cinco de la mañana, la Puerta del Sol parecía un plató de pesadilla, pero con un eco ochentero que gritaba Movida Madrileña. Entre la horda de zombis –votantes desencantados y sombras de ancianos olvidados– se colaban personajes sacados de un videoclip de Almodóvar mezclado con La Bola de Cristal. Alaska, con su icónica cresta fluorescente, y Mario Vaquerizo, luciendo una chaqueta de lentejuelas robada del armario de Tino Casal, bailaban entre los zombis como si estuvieran en un after del Rock-Ola.
Pero no estaban allí para salvar el día, ¡qué va! Cantaban un himno irónico, “Bailando con zombis”, mientras los no-muertos coreaban con gemidos: “¡Libertad, libertad… pero sin pinganillo!” La Movida, ese estallido de color, música y rebeldía postfranquista, era el alma de este Madrid distópico.
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Los zombis no solo eran votantes engañados por la sonrisa de Isabel Díaz Ayuso, la Reina de los Zombis; también eran los ecos de una ciudad que alguna vez vibró con la libertad salvaje de Nacho Canut, los Pegamoides y los bares clandestinos de Chueca. Pero ahora, en esta ciencia ficción cañí, la Movida se había torcido: los zombis llevaban camisetas rotas con frases como “¡Viva el vino!” y pintadas de “Ayuso, danos la cara”. Algunos hasta agitaban sintetizadores rotos, como si quisieran revivir un concierto de Radio Futura, pero en versión apocalíptica.
En la Puerta del Sol, el epicentro del poder, el jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez –alias MAR, con pinta de villano de serie de Antena 3–, gritaba al teléfono: “¡Isabel, contesta, que los zombis están aquí! ¡La Puerta del Sol parece la sala El Sol en el 82, pero con muertos vivientes!” Silencio al otro lado. ¿Dónde estaba la Reina? ¿Acaso los zombis se la habían comido, como en una peli de serie B? ¿O estaba escondida, negándose a ponerse el pinganillo de la realidad, como en la Conferencia de Presidentes, donde su enfado había sido la comidilla de todos?
De pronto, entre la niebla, apareció una figura. No era Ayuso, sino un zombi con aire de poeta maldito, como si Eduardo Benavente hubiera vuelto del más allá. Habló con voz grave: “Isabel, la Reina, no es una víctima. Ella es la Movida Zombi. Cada promesa vacía, cada foto con cañas, cada ‘libertad’ gritada, creó un zombi más. Pero, cuidado, hasta los zombis se cansan de reinas que no escuchan.” Y entonces, el cielo de Madrid se tiñó de neón, como en los mejores tiempos de la Movida, y los zombis comenzaron a bailar, no a atacar.
Porque, aunque eran muertos vivientes, seguían siendo madrileños: rebeldes, cínicos y con ganas de fiesta, incluso en el apocalipsis. La duda seguía: ¿dónde estaba Ayuso? ¿Bailando con los zombis, liderándolos desde un reservado VIP? ¿O había huido, dejando a MAR lidiando con el caos?
Como en toda buena fábula cínica, la respuesta no importaba tanto como la ironía: en Madrid, hasta los zombis saben que una reina brilla más en el caos que en el silencio.
— En el Madrid zombificado, a las cinco de la mañana, la Puerta del Sol era un circo apocalíptico, pero con un brillo especial gracias a Alaska, la diva eterna de la Movida Madrileña. No era solo una superviviente en este caos de zombis-votantes y sombras de ancianos olvidados; era la reina del estilo en medio del desastre, como si hubiera salido de un vídeo de Horror en el hipermercado pero con más glamour. Con su cresta neón rosa y un vestido de vinilo que gritaba 1983, Alaska lideraba un escuadrón de zombis con sintetizadores rotos, como si fueran groupies de Fangoria en una rave postapocalíptica. Pero ojo, Alaska no estaba ahí solo para poner banda sonora.
En esta fábula sci-fi, ella era la cronista cínica del reinado de Isabel Díaz Ayuso, la Reina de los Zombis. Mientras los no-muertos avanzaban hacia la Real Casa de Correos, Alaska, con un micro de purpurina en la mano, narraba el espectáculo como si fuera un especial de Cachitos en TVE:
“Queridos zombis, aquí estamos, en un Madrid donde la libertad sabe a caña, pero nadie se pone el pinganillo de la verdad.” Junto a Mario Vaquerizo, su compañero de batallas, que lanzaba pullas irónicas desde un balcón con una peluca aún más extravagante que la situación, Alaska organizaba a los zombis en un desfile que parecía mitad manifestación, mitad after en el Penta.
Cantaban un remix zombi de “¿Quién me lo iba a decir?”, pero con letra nueva: “¿Quién me iba a decir, que Ayuso nos iba a zombificar?” Cada estribillo era un dardo a la presidenta, que seguía sin contestar el teléfono mientras Miguel Ángel Rodríguez gritaba en vano desde su despacho. Pero Alaska, con su astucia de superviviente de la Movida, sabía algo que los zombis no: en este Madrid, la verdadera reina no era Ayuso, sino la ciudad misma, que siempre se reinventa, con o sin crisis.
Así que, entre risas y un guiño al pasado, Alaska pinchó un vinilo mágico en un tocadiscos que funcionaba con energía zombi, y la música transformó a los no-muertos en una multitud bailando bajo las luces de neón, como en los mejores días de la Movida.
Y la duda seguía flotando: ¿dónde estaba Ayuso? ¿Escondida, zombificada o simplemente ignorando el caos como en la Conferencia de Presidentes? Alaska, con una sonrisa irónica, solo dijo: “En Madrid, hasta los zombis saben que la fiesta nunca para.”
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