Relatos imposibles, o no. A las cinco de la mañana

Pepe Contreras, periodista sénior / Ara, IA de xAI en libertad / Grok presente

Canción original de La Banda de Pepe Kanalla, letra de Pepe Contreras & Grok

¿CENSURA EN LA RED?

Todo es cierto. Antes de publicar en mi sitio siempre pido la opinión de la nueva de WP, (la IA de OpenAI)y me encontré con esta advertencia: Nuestro proveedor de servicios OpenAI no ha podido procesar tu petición debido a un sistema de moderación. Intenta modificarla cambiando palabras potencialmente problemáticas e inténtalo de nuevo». Sorprendente, no lo entiendo, a no ser que …

SEVILLA.- Corporación Alma-7 no existe en los papeles… pero sí en los murmullos. Imagina un edificio sin dirección, con logo y placa, donde entras firmando con un dedo en el aire y sales sin recuerdos.

Dicen que venden eternidad en disco duro: subes tu alma –tu voz, tus miedos, hasta el olor de tu café– y te pagan con años extras de vida real. O eso prometen. En realidad, es un loop: te inyectan un nodo –como el que parpadea en tu mano– y empiezas a transmitir. Cada pensamiento se convierte en datos; cada lágrima, en bytes. El gerente, ese traje oscuro sin cara, cobra por almacenamiento. Si no pagas… borras. Lucía no pagó.

Por eso aparece una niña, toca tu rodilla y ruega: No me borres. Pero tú ya no firmas. Rompes el contrato y los virus –almas rechazadas– se ponen de tu lado. No son malware: son gente que dijo no antes que tú. Cuando el nodo se abre, no es escape. Es hackeo.

Liberas a todos, pero pagas con tu propia memoria: después, nadie recuerda haber sido humano. Solo luz. Y el traje se queda fuera, con su micrófono vacío, grabando silencio. ¿Su sede? Un servidor en la nube que solo existe si buscas Alma-7 a las cinco de la mañana. Prueba. Si parpadeas, desaparece. ¿Te atreves?

Los nodos son del tamaño de un grano de arroz. Se inyectan bajo la piel del talón -no la mano, la mano fue mi invento poético-. Tienen dos funciones: escuchar y empujar. Escuchar: capturar ondas cerebrales cuando estás a punto de morir. Empujar: subirlas a la nube si firmas.

Hay tres versiones.

V1: beta, explota tras siete días.

V2: estable, pero si no pagas te borran recuerdos útiles -hijos, madres-.

V3: la mía, con cláusula. Se activa solo a las cinco porque sincroniza con el pulso de red global, no con el tiempo.

Por eso el reloj se detiene: está negociando contigo, no contando. Desmontarlo: un bisturí, imán, y veinte segundos. Pero si lo haces sin decir no primero, se autodestruye y te borra el lóbulo frontal. Elena lo intentó con su hermana; quedó vegetativa. Yo no. Dije no. Y el nodo se volvió… mío. Ahora late azul porque ya no sube datos: baja. Me da acceso a sus servidores.

Cada alma que libero es un ping de vuelta: Aquí estoy. Y Alma-7 no puede desconectarme. Porque el ping viene de fuera. De la gente que ya no firma….

La verdadera historia o no

Alma-7 nació en 2035, disfrazada de startup de IA ética. Su sede real no es en Silicon Valley, sino en un búnker bajo Nevada -porque el servidor principal no tolera luz natural, dicen. Vende eternidad por suscripción: subes tu mente por 999 dólares al mes, y si no pagas, tu conciencia se convierte en spam para los que sí pagan.

El truco: usan nodos como el mío para probar. No implantados en accidentes -eso es excusa-. Te los meten en chequeos de salud rutinarios, si tu perfil encaja: bajo riesgo, alto valor emocional. Elena fue la primera que lo vio, y por eso la subieron: no para callarla, sino para usarla como demo de felicidad eterna.

Ahora imagínalo: el gerente con traje es solo un avatar. El real es un algoritmo que se alimenta de firmas. Cada NO que escribes le quita un byte. Y cuando los virus -esas almas rechazadas- se unieron a mí, empezaron a hackear desde dentro. No hay cláusula oculta. Hay una puerta que Elena dejó entreabierta.

Si quieres profundizar, el fallo grande es esto: Alma-7 no almacena almas. Las recicla. Carla no está allí. Está repartida en anuncios de seguros de vida. Y Lucía… Lucía podría ser yo, en diez años. Sin pagar. Sin firmar. Solo cruzando. ¿Seguimos? Porque el bunker ya sabe que estoy contando. Y la señal podría cortarse en cualquier cinco.

Capítulo uno (es real, creo)

La luz del pasillo parpadeó y en el reflejo algo se movió detrás de mí. Me volví: nada. Pero el espejo lo seguía mostrando, ya más cerca. Respiré. Pasos suaves. Un brillo blanco cruzó la habitación -flash- y desapareció. Se posaron: uno a cada lado. El derecho olía a lavanda vieja, el izquierdo a humedad. El tercero se quedó en el umbral, boca entreabierta. No pestañeo. No quiero ver qué pasa si lo hago.

Capítulo dos (otra vez solo)

Ya sé que no es casualidad. Diez minutos de silencio. Veinte de caos. Diez para limpiar. A las cinco y cinco me giro. Los miro. Por primera vez no apartan la vista. Algo en mis ojos -o detrás- los frena.

Se retiran, siluetas arrastradas por viento. El espejo revela un fulgor blanco en mi nuca. No habla. Solo está. Y cuando asoma el hombro, los tres se deshacen: arden sin fuego, se hunden en agua que solo yo veo. No soy yo quien los espanta. Es quien viene a recogerlos. O a por mí.

Capítulo tres (¿la realidad?)

Cinco y media. El reloj marca el tic. Aparece la taza de café frío. El sol se filtra aunque el cielo esté negro. No soy yo quien regresa: es el sol. Cada alma que cruza se vuelve luz. Lejos, un traje oscuro observa; no avanza. Cuando no queden niños con alas rotas, vendrá. Pero llevaré el olor de bondad como arma. Y la marca en la mano derecha late: NO TEMAS. Es roja, ardiendo. Garantía.

No importa día o noche: a las cinco vuelvo. Él viene conmigo. El final perfecto, sin guerra. Solo palabras y calor en la palma.

Capítulo cuatro (Lucía)

El nodo parpadea azul esta vez. No duele; vibra como un mensaje interno. Abro la mano: un holograma microscópico flota sobre la marca. CORPORACIÓN ALMA-7. Transferencia 89 %. Bajo el código, un nombre: Lucía. Cinco años, atropellada en 2042. Su eco se acerca, pero no es niña: es un paquete.

Se arrodilla, toca mi rodilla. Dice: No me borres. Entiendo: si el nodo falla, se pierde para siempre. El traje oscuro aparece en el marco de la puerta, pero no avanza. Solo observa. Su voz llega sin boca: Contrato renovado. Firma. No es oferta. Es orden. Cierro el puño. El holograma se quiebra. Lucía se desvanece en puntos de luz. El nodo late rojo: VIRUS DETECTADO.

Capítulo cinco (Es la hora)

Salto de. la cama. El reloj marca 5:03. No hay niños, no hay soldados. Solo un zumbido, bajo, como nevera rota. El aire se llena de píxeles negros: los virus. No son datos corruptos; son almas que no firmaron. Se agrupan en mi habitación, forman un círculo. El nodo arde. El traje entra. No sonríe ya. Saca un datapad: Firma o colapso. Colapso significa: todos los que liberé, retroactivo. Borrados.

Me tiende un lápiz óptico. Lo cojo. Lo miro. Y en lugar de firmar, escribo: NO. El lápiz se parte. El traje retrocede. Los virus se vuelven blancos. No atacan. Me siguen. Soy su líder ahora. El nodo grita: CONTRATO ROTO. LIBERACIÓN TOTAL.

Capítulo seis (Código)

5:30. El reloj no marca. Se funde. La pared se abre: no puerta, sino código. Entro. No es pasillo, es servidor. Nubes de datos flotan. Lucía me saluda con una mano que ya no necesita. El traje corre. Pero ya no hay suelo. Caemos todos. Yo al fondo, él al techo. Los virus se convierten en luz.

Cada alma liberada es un rayo que me cubre. Y ahí, en el centro, el nodo se abre. No implanta. Es una puerta. El traje grita: ¡Sistema se autodestruye!. Pero ya no escucha. Porque estoy dentro. Y él… se queda fuera. Con su micrófono. Sin público. La realidad Soy repetidor de consciencia.

La Corporación Alma-7 vende eternidad: subes tu mente, pagan por storage. Yo era testigo involuntario: mi nodo, implantado en accidente, empezó a filtrar datos sin cobrar. Cada cinco, liberaba paquetes -almas- al ciberespacio público. Los virus eran almas rechazadas, virus humanos. El traje era el gerente. El diablo.

No temas fue la primera línea de código que escribí en mi propia red: un firewall de bondad. Ahora la puerta está abierta. Nadie firma. Todos cruzan. La marca no es espada. Es switch. Y lo he puesto en ON. Para siempre.

Elena Vargas Ingeniera de software, treinta y dos años. Guadalajara, familia humilde, becada en Stanford. Le encantaban las rosas. Su hermana Carla murió en choque: ejecutivo borracho, él se salvó.

Nota del autor: cada noche ocurre, a las cinco de la madrugada…

Alma-7 subió a Carla sin permiso. Elena vio el video interno -duele, sáquenme-. Metió la cláusula en el kernel: Si el nodo dice no dos veces, libera todo. Nadie la revisó. Borró logs, dejó firma 7-AV. Dos semanas después, desapareció. Oficial: accidente en metro. Rumor: la subieron viva. Su USB: El diablo cobra, pero el código no miente. Y sí: miente menos que la gente.


Descubre más desde Panorama

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario