Juan B Fariñas
Cuando se habla de la Pandemia parece como si se hablase de una guerra, un gran peligro que nos sorprendió de golpe a todos y que puso a los Estados, instituciones, empresas y ciudadanos en un grave riesgo. Además, acabó con la vida de muchísimas personas, pero no sólo acabó con las pobres víctimas que contabilizan tal devastadora enfermedad, sino también con los familiares convertidos en víctimas.
Nos referimos a todos los hijos que no pudieron acompañar a sus progenitores al descanso eterno, y que no tuvieron la oportunidad de despedirse de ellos ni en vida ni en su lecho de muerte.
Como en todas las guerras surgieron grandes héroes que parecían esculpidos en una estatua de mármol griego tras terminar esta temible pandemia. Cuando todos parecían que iban a morir, había un grupo de personas entre los diversos sectores sociales como los sanitarios, los repartidores, las dependientas, los camioneros, los agricultores, y los integrantes de los servicios de seguridad pública y privada, que en un principio salían a trabajar con miedo de no volver a casa. Suena un poco trágico, pero, aunque parezca mentira, muchos de estos héroes cuando llegaban a casa se aislaban de forma voluntaria en un cuarto ante el temor de poder contagiar el COVID a algún familiar. Porque si hay algo peor que la propia muerte es provocar la muerte de un ser querido.

Para algunas empresas la Pandemia fue una estocada que las retiró del mercado, es cierto que el gobierno realizó lo que pudo, pero no fue suficiente para que las personas que veían en peligro sus recursos se arriesgaran a quedarse en la absoluta ruina. Se dice que en todas las crisis hay quienes lloran y hay quienes venden pañuelos, es cuestión de adaptarse a la situación por dura que ésta sea. Qué se lo expliquen a un comercio que está empezando y que ha invertido todo lo que no tiene, lo que le deja muy poco margen por no decir ninguno, condenándolo a un devenir oscuro.
La mayoría de las grandes empresas, ya sabéis a cuáles nos referimos, esas que si no ganan en el primer semestre muchos millones parece que estén perdiendo dinero y cuyos accionistas se ponen nerviosos y empiezan a vender sus acciones. Esas empresas que tienen a una junta directiva y presidentes que cobran en un año lo que no verán muchos de sus trabajadores en toda una vida de dedicación a la empresa.
Muchas de estas empresas a las que nos referimos, también tuvieron problemas, pero como eran problemas de cientos de millones de euros pasó a ser un problema para la banca que como ya sabemos responsabilizo al gobierno y como no, al final repercutió en todos los contribuyentes, ya sabéis como va eso.

Estas empresas sí que vieron la ventana cuando Dios cierra una puerta, se dieron cuenta que teletrabajando velarían por la salud de sus trabajadores mientras se ahorrían un dinerillo en el mantenimiento de los edificios que antes disponían como oficinas en régimen de propiedad y ahora es más rentable venderlas y seguir en ellas como inquilinos. Muchos dirán, pero eso es normal e incluso lo recomendable, pero recordar la brecha digital y tecnológica y el reto que ello suponía para muchas de las empresas.
Nos encontramos con miles de trabajadores experimentados, eficientes, resolutivos y profesionales que debían adaptarse al teletrabajo, a las reuniones por Teams y a la comunicación telemática. Lo que se unía al problema de no disponer de una habitación propia ya que la mayoría de las familias tenían que compartirla con su cónyuge y sus hijos. Estos trabajadores a pesar de contar con una experiencia de décadas en la empresa se vieron de golpe cuestionados, vieron peligrar su puesto de trabajo.

El mundo digital tiene una velocidad vertiginosa y hay que estar continuamente actualizado si no quieres quedarte atrás, más aún cuando se empiezan a utilizar anglicismos de forma innecesaria, a mi parecer, que nos hacen más modernos e internacionales y así podemos demostrar que sabemos inglés, creo que resumiendo se dice cool, pero quien sabe a estas alturas.
Las grandes empresas empezaron entonces a cuestionar a estos prometedores trabajadores y a buscar un perfil que llamarían más digital, lo que en definitiva es la contratación del personal más joven, más barato y más manejable. Para ello procedieron a realizar bajas incentivabas y externalizaciones de los trabajadores más mayores. Ya sabréis, esos que ya pasan de los cuarenta y cinco años y que no se entienden con la soberbia de un jefe sin ninguna capacidad de liderazgo, pero que cuentan con algún padrino y algún otro diploma colgado sobre el fondo de su escritorio, ese mismo que se ve en las reuniones online.

Muchos pensareis que es lo normal, que hay que meter sabia nueva y que a los jóvenes hay que darles oportunidades. La verdad es que tenéis razón, pero cómo es posible que metan a personas porque tengan ventajas fiscales por diferentes motivos sociales y políticos, y que para colmo no estén remunerados como sus compañeros de los que acaban de deshacerse, y en ocasiones entrando como becarios con la única gratificación de la promesa de quedarse en una gran empresa del IBEX siempre y cuando demuestren su valía, es decir, que sean manejables para aguantar la soberbia de los nuevos jefecillos, y que presenten un perfil poco reivindicativo para poder tragar con todo lo que les echen, que además sean eficientes y en fin, lo que se suele resumir con precarios.
Me pregunto por qué las empresas no se han nutrido de nuevos talentos acogiéndolos con el mismo convenio que tenían los antiguos compañeros, y cuál es la causa para la externalización del personal que todavía le es útil y necesario. Estas empresas han aprovechado la pandemia para lucrarse. No os engañéis, los accionistas son monstruos que les entra el apetito comiendo y sus beneficios siempre les sabrá a poco. En fin, un brindis por este nuevo mundo postpandémico y los grandes olvidados.
Juan B. Fariñas
Graduado en Ciencias Políticas y de la Administración
Ilustraciones Leonardo AI
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